viernes, 30 de abril de 2010

La noche nos confunde

Me gustan las lagartijas. Esa facultad de caminar como si tal cosa por las paredes da verdadera envidia.

Si yo quisiera darme un paseo por una superficie vertical necesitaría ir a una tienda de deportes, comprar cuerda y clavos, mosquetones, aseguradores, multiplicadores, poleas y hasta pies de gato.

Eso no les pasa a las lagartijas. La que entra ahora por la ventana va sobrada. Lleva un buen rato subiendo y bajando por el marco de madera. Anda con la misma seguridad en horizontal que en vertical. Incluso se permite el lujo de caminar invertida. Eso nos confunde a mi y al gato. A mi, por el milagro de anular los efectos de la gravedad; a él, imagino, por no encontrar el camino al techo para apresarla.

Me pregunto si ser esta noche una mujer bajo la influencia colabora a que la proeza del pequeño reptil llame tanto mi atención. Lo del gato tiene explicación. Al fin y al cabo él no sabe nada de la anatomía de las lagartijas. Lo mío no. Estoy al tanto de su naturaleza. Sé que el pequeño intruso ha salido hace poco de su letargo y que será habitual su compañía durante el verano. Sé también que, si es un macho, podrá aparearse sin mucho esfuerzo con varias hembras gracias a sus dos penes. Si es una hembra y el calor de la primavera se mantiene pondrá huevos en un par de meses. Pero no es su sistema reproductivo lo que me tiene absorta en su contemplación. Es más bien esa capacidad suya de ponerse el mundo por montera y andar por el techo como si tal cosa. Y me concentro tanto en esa idea que me doy cuenta de que soy yo quien está al revés. Desde la lógica de la lagartija sin duda estoy al revés. Y cierro los ojos y aprieto los párpados mientras aspiro la última calada del cigarrillo verde.

Y es entonces cuando se produce el fenómeno de verme en el techo.

La lagartija se asusta pero no huye. Estoy junto a ella y tengo una visión circular del mundo. Mi nueva capacidad de girar los ojos 180 grados alrededor me enseña una vida enorme que tiene mucho más interés que la vida que miraba desde el sofá. No querría bajar de aquí, pero a mi compañera de techo no le atrae mi metamorfosis. Demasiado grande para ella, me digo. Y se marcha por donde ha venido. Tal vez vaya a reproducirse, que el calor de la noche de abril lo pide a gritos. Y según desaparece por la ventana yo caigo de golpe sobre el sofá.

Hay un hombre en él que no recuerdo que estuviera antes. Creo que si mi amigo Pedro supiera que hoy voy a ponerme en la piel de una lagartija diría que la noche nos confunde. Yo creo más bien que hay noches de sábado en las que tumbarse en el sofá a mirar la luna, mola.