jueves, 26 de mayo de 2016

Lo que nuestros amigos hicieron por nuestros amantes

Se sabe, más o menos a ciencia cierta, que hace 66 millones de años hubo una extinción masiva. Una de las cinco extinciones masivas que se conocen hasta ahora.
Y no fue la más grave.
Se sabe también, más o menos a ciencia cierta, que en 2030 habrá una pequeña colonia humana en Marte.
Inmersos como estamos, según aseguran, en la Sexta Extinción, me parece lógico que hagamos caso a Stephen Hawkin y nos larguemos de aquí cuanto antes.
Marte parece un buen lugar, sobre todo desde que Ridley Scott hizo allí de Matt Damon un buen actor.
Y de películas voy.
Porque, aunque ando decidida a enviar mi curriculum a las nuevas colonias, sé que cada mañana me enredo en mi propia extinción y, sentada al borde de la cama, ansío brillar como Roy Batti. Esto es, mucho y breve.
Pero me voy del tema.
Ando preparando la maleta por si hay que salir del planeta y, ante la evidencia de que no iré allí como hembra reproductora, me armo un buen discurso de consejera experimentada.
Y dándole vueltas a mi primera intervención en tierras marcianas, entiendo que, mejor que hablar, es meterles un pen drive con los mejores momentos de mi vida. Eso que en Alta Fidelidad llamó Nick Hornby "los momentos principales".
No es noche para hacer memoria de mis diez momentos principales, pero estoy segura de que, aunque venda mi alma al diablo para vivir mil años más, jamás podré sacar del ranking el placer de saber que nuestros mejores amigos superan con creces el placer perdido de los amantes que no tuvimos.
Cantemos, entonces, a las hadas de los sueños, como si ya se estuvieran escribiendo las crónicas marcianas.

martes, 3 de mayo de 2016

No me gustan los submarinos franceses

Si yo tuviera que ser un submarino, desde luego, sería el Octubre Rojo, uno de esos barcos de la clase Typhoon, equipado con navegación silenciosa de propulsión magnetohidrodinámica y comandado por un traidor a la patria cargado de razones.
Si yo tuviera que ser un submarino cuya tecnología va a pasar a manos del enemigo, desde luego, ficharía a Sean Connery para ser ese traidor cargado de razones. Al fin y al cabo, si has perdido a tu chica víctima de un mal sistema sanitario, lo lógico es que quieras destruir ese sistema sanitario.
Pero, debo reconocer, a veces me tienta ser un U 96, uno de esos submarinos del tipo VII C que Alemania hizo grande de tanto cruzar el Estrecho, subir a Vigo y bajar de nuevo al Estrecho. Su tripulación,  joven y poco experimentada, era capaz, sin embargo, de asumir órdenes si el capitán era de fiar Lo que se llama un Das Boot en toda regla. El barco es bueno, la tripulación es buena, pero el capitán es mejor.
Es importante el asunto del capitán, porque, si vas en un submarino, te pueden pasar muchas cosas chungas: desde que se abra la escotilla equivocada hasta que no funcionen las contramedidas en caso de disparo de torpedo enemigo. Pero puedo decir que la peor de las pesadillas es que los alerones de proa se vayan al carajo en una inmersión de emergencia. Ni te hundes, ni te hunden, pero no te estabilizas ni de coña  y pasas un miedo del infierno. A 270 metros de profundidad, el casco se aplasta por la presión, el aire no fluye y el miedo es intenso, pero, a diferencia del Octubre Rojo, tienes a alguien para cagarte en su puta madre cuando llegas a puerto. Se llama capitán Henrich Lehmann-Willenbrock , que es el tío que te ha salvado la vida. 

Aunque sean los más bonitos, no me gustan los submarinos franceses.
Últimamente hacen tratos con gente que no es de fiar.